Un día, Hodia se moría de ganas por comer una fruta, así que se escabulló en una huerta, trepó a un árbol y comenzó a comer toda la fruta que alcanzaba. Al poco rato, el dueño apareció y le preguntó enojado:
—¿Qué haces allí arriba?
Hodia, tratando de librarse, le contestó dulcemente:
—Oh, señor, soy un ruiseñor y sólo estoy aquí cantando.
Al hombre le pareció gracioso y rió, diciendo:
—Así que eres un ruiseñor, eh. Entonces déjame oír tu canto.
Hodia comenzó a hacer muecas y sonidos extraños.
El dueño reía a carcajadas y dijo:
—Hombre, ¿qué clase de canto es ése? Nunca había escuchado a un ruiseñor cantar así. Hodia contestó:
—Bueno, así es como canta un ruiseñor sin experiencia.